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Elche vive uno de sus días grandes en la Procesión del Domingo de Ramos. Como cada año,los ilicitanos salen a la calle y muestran el esplendor de una de las tradiciones más importantes y que más enorgullece a la ciudad: la palma blanca y su puesta en escena en las calles de la ciudad. Todo el trabajo que envuelve esta celebración es vivido y disfrutado por los ilicitanos como paso previo a una jornada que sirve de arranque de la Semana Santa en Elche.
Esta manifestación religiosa se ha convertido en uno de los actos más característicos y multitudinarios de cuantos se celebran en la ciudad. En nuestra ciudad esta fiesta adquiere una importancia especial, sobre todo desde 1997 que fue declarada Fiesta de Interés Turístico Internacional. Sin embargo, su origen se remonta a finales del siglo XIV y, en ella, participan cientos de personas que portan las palmas elaboradas artesanalmente en la ciudad, por familias que mantienen viva la tradición generación tras generación.
Somos el único lugar del mundo en el que permanece la tradición artesana de la palma blanca, un trabajo que demuestra el interés de los ilicitanos por dar a conocer nuestras costumbres y enseñarlas al mundo. Desde hace siglos, la localidad exporta palmas a otros países y entrega a las personalidades más ilustres una palma que destaca por su elaboración y por la simbología que alberga en su trabajo de trenzado. Para su producción se utilizan las ramas de las palmeras que, después de ser tratadas, se trenzan transformándolas en llamativas formas y figuras llenas de creatividad.
Una de las citas imprescindibles de esta fiesta es el concurso de palmas organizado por la Junta de Cofradías y Hermandades de la Semana Santa. En este día se puede comprobar de primera mano el trabajo que se realiza con esfuerzo, devoción y dedicación para plasmar el sentimiento religioso que conlleva.
Por todo ello, la ciudad se transforma en estos días en el sentir de un pueblo que quiere traspasar fronteras en un día destacado donde las palmas blancas inundan las calles de la ciudad con un manto claro de devoción y arraigo que permanece en el sentir de los ilicitanos durante siglos.
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